lunes, 1 de junio de 2009

De periodistas, asesinos y rocanroleros

Esta semana se cumplieron 25 años de la muerte del periodista mexicano Manuel Buendía a manos de la policía política: la Dirección Federal de Seguridad, que formaba parte de la estructura de la Secretaría de Gobernación. Su asesinato se ha convertido en un referente de la violencia estatal y de la falta de democracia en México. Aunque su muerte ocurrió en los años ochentas, en pleno dominio del PRI, México sigue siendo un país peligroso para los periodistas; al menos, así lo reportan diversas organizaciones internacionales.
En lo que toca al aspecto económico, el gobierno federal compra opiniones mediante su poder de anunciante o el otorgamiento de “exclusivas”, de adelantos y de filtraciones. Más artesanal es el caso de los gobiernos locales y municipales. Podemos recorrer las oficinas de palacios municipales en los que se reparten de manera gratuita periodiquitos desconocidos de menos de 20 páginas, dedicados primordialmente a halagar al alcalde y demás políticos locales. Los pasquines se pueden repartir gratis, porque bien el Ayuntamiento los compra al mayoreo, o porque les otorga un subsidio suficiente para publicar sin preocupación de las ventas a lectores individuales.
Estos “periodistas” no se preocupan, su cercanía con el poder los protege y les garantiza una vida cómoda y cantinera. No les preocupa ser asesinados por un matón a sueldo, como Buendía, El Gato o Blancornelas, ni ser secuestrados como Lydia Cacho. El número de periodistas víctimas de represión por el gobierno se incrementa con el avance de la derecha. El PRI sobornaba y, si esto no funcionaba, reprimía. El PAN compra con anuncios y, si esto no funciona, acude a la fuerza pública. Es notorio el cambio, ¿verdad?
Vale la pena aclarar, que los periodistas en México gozan de cierta visibilidad y, ¿por qué no decirlo? de prebendas en muchos casos, cuando usan su trabajo para halagar a políticos y empresarios. No es infrecuente ver autos desvencijados con un letrero enorme que dice PRENSA, y que según sus conductores, los habilita para hacer caso omiso de las reglas de tránsito. Por supuesto que muchos periodistas con mejores ingresos violan otras normas y con mayor seguridad.
Una anécdota personal refuerza esto, quizás de manera superficial. Por asuntos de la consultoría viajé a Chicago unos años después del atentado a las Torres Gemelas. Conscientes de la paranoia que el gobierno gringo había sembrado entre sus ciudadanos, llegamos al aeropuerto O’Hara con mucha antelación para tomar al avión de regreso, pues preveíamos una serie de revisiones. Gracias a esto, fuimos primeros en la fila para el registro del equipaje, y esperábamos a que nos dieran la indicación para avanzar más allá de la línea amarilla que limitaba el área de seguridad de la aerolínea. Cuando la empleada nos dijo que avanzáramos, estuve a punto de ser interceptado y de ser privado de mi lugar en la fila por un tipo alto, de barba y cabello lacio blancos, que de manera grosera intentó poner su carrito delante del mío. No lo logró y me dedicó un obligado segundo de mirada hostil. Mientras realizábamos el registro, mi compañero de viaje, empleado de la compañía a la que estaba yo asesorando, me indicaba maravillado que el tipo falto de urbanidad era un conocido periodista con programa propio en la radio. Lo voltee a mirar pero no encontré ningún rostro conocido, se lo dije a mi cliente y casi me preguntó si vivía en este planeta. Semanas después, un embotellamiento me permitió saber que estuve a punto de tener el privilegio de que mi lugar en la fila del aeropuerto me fuera arrebatado por un periodista famoso: su cara formaba parte de un espectacular que en un muro mostraba las fotografías de los locutores de una estación de radio con mucha audiencia.
Este extremo, de periodistas, reporteros, locutores y hasta repartidores que se sienten en un nivel superior al resto de los ciudadanos, contraste gravemente con los casos de Manuel Buendía, El Gato, Lydia Cacho, los semanarios Zeta y Proceso, atacados por razón de su trabajo.
Lo más grave del asunto es que esto ocurre a un gremio que tiene visibilidad, contactos. ¿Qué pasa con los ciudadanos de a pié? Los que son secuestrados, asesinados, detenidos; todos los que son víctimas de los abusos policiales y militares. ¿Hay ceremonias luctuosas de las que se informe en lo diarios? ¿Les otorgan reconocimientos port mortem?
Va un ejemplo relacionado con el asesinato de Manuel Buendía. Una vez que se supo de asesinato, el gobierno no podía encarcelar al agente de la DFS, responsable material del homicidio, ni a Zorrilla, autor material y Director Federal de Seguridad en esos tiempos. Miguel de la Madrid y Manuel Barlett no podían pagar así a uno de sus más efectivos perros de ataque contra la oposición. Pero tampoco podían dejar el crimen impune; ya no eran los tiempos de antes. Así que se valieron de una virtud de la policía mexicana que envidiarían los protagonistas de CSI: puede atrapar culpables de manera rápida, sin necesidad de investigación, de pruebas, ni de alta tecnología. Simplemente los fabrica.
Después de la muerte de Buendía, un par de músicos de rock mexicano circulaban en auto por el área de Ciudad Satélite cuando fueron detenidos por la policía. No sabemos si fue a causa de alguna infracción, o de algún delito menor; pero el caso es que confesaron en pocas horas haber asesinado a Manuel Buendía. De manera expedita fueron condenados y recluidos en prisión. La justicia es ágil en México, especialmente si le quitan los lastres y limitaciones de la ley y los lujos como la investigación.
Seis años después, el verdadero asesino cayó en las manos de la policía y se aclararon las cosas. Fue condenado y encarcelado. ¡Ah! ¿y que fue de los músicos? No tengo noticias de su liberación, pero sí de su estancia en el reclusorio. Uno de ellos provenía de unos los grupos de rock urbano que entonces contaba con mayor presencia entre los jóvenes marginados: el “Three Souls In My Mind”. Charlie Hautvogel fue el baterista de esta banda por más de15 años hasta que se peleó con Alejandro Lora y tomaron sendos caminos: Lora con el grupo “El Tri”, y Hautvogel, que había registrado el nombre del grupo, continuó con esta denominación hasta que fue detenido y encarcelado por un crimen del que él no tenía la menor idea. En cana, formó el grupo de rock Asociación Delictuosa que logró vender algunas cintas en el tianguis sabatino de El Chopo.
Su liberación, que espero ya haya ocurrido, no fue noticia. No eran periodistas, ni músicos de Televisa; ni siquiera recuerdo un canción de Alejandro Lora sobre esto. En cambio, otra liberación sí fue noticia. Con escalofríos nos enteramos que hace un par de meses fueron liberados los asesinos de Manuel Buendía: el material, cuyo nombre no vale la pena recordar; y el intelectual, Zorrilla.
Tiene mucho que no escucho rock urbano. No sé que fue del baterista del “Trisol”, como le decían al grupo mis compañeros de banqueta en El Molinito. Pero sí tengo claro que si los periodistas, empotrados en un nivel mayor de visibilidad que nosotros, son objetivos de criminales pertenecientes o asociados al gobierno, los ciudadanos de a pié no podemos esperar mucha seguridad; y esta zozobra es directamente proporcional al nivel de pobreza de las futuras víctimas.

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