sábado, 20 de junio de 2009

¿Voto nulo?

En un escenario de desencanto por parte de la ciudadanía, y de cinismo y desfachatez por la de los partidos políticos, un fantasma recorre México: el fantasma del voto nulo, la campaña por anular el voto que agrupa a personas tan disímbolas como un ex asesor de Vicente Fox, la ex gobernadora priísta de Yucatán, Dulce María Sauri, y gente más progresista como algunos articulistas de La Jornada. Adicionalmente, el voto nulo ha encontrado un medio de difusión ideal en Internet. El spam, los blogs y otros recursos virtuales son medios ideales para el chisme, las leyendas urbanas, el rencor y la paranoia; y la campana por el voto nulo tiene un poco de cada una de estas cosas. La pregunta que viene al caso es ¿cuáles son las consecuencias del voto nulo?, ¿tiene efectividad? Analicemos las cosas con un poco de detenimiento.


Los que anulen su voto, se abstengan o lo presenten en blanco, simple y llanamente están cediendo su derecho a decidir a los que si voten y emitan votos válidos. La legislación no prevé ninguna acción aún en el caso de que una mayoría abrumadora de los votos fuese de votos nulos. Algunos de los que proponen esta acción argumentan que es una forma de enviar un mensaje a los partidos políticos para que sepan lo que pensamos de ellos. Cómo si les importara. ¿Acaso no saben Calderón, Jesús Ortega y Salinas que las elecciones que los llevaron al puesto político más alto que han tenido en sus vidas fueron severamente cuestionadas? Los presupuestos de las diversas instancias de gobierno incluyen buenas sumas de nuestros impuestos para que empresas de mercadotecnia investiguen qué opinamos los ciudadanos, y con base en ello definir sus estrategias de marketing político. Claro que saben que mucha gente los detesta, pero ¿qué es el desprecio de gentes desconocidas frente al poder y el dinero que obtienen a cambio?


Por mi parte, pienso que tanto el voto nulo, como la abstención y el voto invalidado son expresiones de un mismo fenómeno. Como parte de la cultura del esclavo internalizada en la psique colectiva del mexicano después de 300 años de invasión española, delegamos con facilidad nuestras responsabilidades y derechos a otros . “Héroes por delegación” dice por ejemplo el maestro Tomas Mojarro para referirse al masoquista hábito de nuestro pueblo por el futbol. Así como el fanático futbolero pone sus esperanzas deportivas en una selección con desempeño sempiternamente mediocre, el ciudadano común deja que la clase política decida su futuro económico y social. El PRI comprendió claramente este fenómeno y lo capitalizó en su favor de manera muy exitosa por 7 décadas, ejerciendo lo que el excelente escritor Mario Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta”. Es la opinión de un intelectual que podrá ser muchas cosas menos izquierdista.


Hoy que recién entramos a un incipiente escenario de democracia electoral (tan vapuleada en la elección presidencial de 2006), muchos mexicanos están por delegar en otros la elección de sus gobernantes. Si todos los ciudadanos apartidistas anularan su voto la elección seria igual y legalmente valida pero decidida por los militantes y simpatizantes de los partidos, en especial por los grupos que han recibido beneficios de ellos, el llamado voto duro. Pongamos que usted hipotético lector, pertenece a la cada vez mas exigua clase media, es antipopulista, y aborrece a los vendedores ambulantes y microbuseros que desquician nuestras ciudades sin pagar impuestos. Pues votar nulo es dejar la decisión en manos de ellos que sí van a votar por los partidos que les permiten hacer negocio en nuestras calles de manera gratuita.


Evidentemente éste es un escenario agradable para los partidos a los que ingenuamente se piensa golpear con el voto nulo. Un escenario en que la decisión sería tomada por sus huestes, dejando fuera al resto de la ciudadanía, ésta vez, por voluntad propia. En todo caso, las únicas víctimas probables de un voto nulo masivo son los partidos más pequeños. Mientras que el ganador será el que obtenga el número mayor de votos válidos (a menos que se repitan procesos como el de 2006), los partidos más pequeños deben lograr una votación mayor al 2% no de los votos válidos, sino de los emitidos. Es decir, de todos; válidos, nulos y mal llenados[1].


Imaginemos por un momento que la campaña tiene éxito y que todos los ciudadanos apartidistas anulan su voto. Los únicos votos válidos serían emitidos por los militantes y simpatizantes de los partidos (voto duro). Ahora bien, el voto duro tiene una proporción diferente en cada partido: innegablemente, el PRI tiene el mejor porcentaje de voto duro, gracias a sus prácticas clientelares todavía ejecutadas con éxito, especialmente en las zonas rurales. Le sigue el PRD, en parte por cuestiones ideológicas, en parte por la persistencia opositora de muchos mexicanos y, por que no decirlo, de las prácticas clientelares aprendidas por varios de sus dirigentes durante su pasado priísta y pesetista[2]. Muy atrás está al PAN con una proporción de votos sensiblemente menor, y proveniente de los sectores más conservadores católicos, en especial del norte y centro del país. Por lo que toca a los partidos minoritarios, su voto duro es numéricamente despreciable. Si consideramos que el PRI lleva un lugar privilegiado en los sondeos y que tiene una alta proporción de voto duro, ya sabemos quién sería el beneficiario del voto nulo. ¡Con razón la priísta Dulce María Sauri anda tan entusiasmada promoviéndolo!


En este hipotético escenario, la lucha sería básicamente entre los votos válidos emitidos por los militantes y seguidores fieles de los 3 principales partidos: PRI, PAN y PRD. Ellos decidirían quienes nos gobernarán en el futuro inmediato. Seguramente, muchos partidos minoritarios perderían el registro y a las próximas elecciones solamente irían el PRI, el PAN, el PRD, y algún mini-partido sobreviviente (uno de estos podría ser el PANAL, de Elba Esther Gordillo, si ella ordena a los miembros de su sindicato votar en este sentido). Dudo que semejante escenario les moleste a los partidos que detentan el poder en la mayor parte de las instancias de gobierno. ¡Y se supone que ellos son los objetivos del ataque del voto nulo!


Por esta razón es que desde la perspectiva ciudadana no veo ninguna ventaja al voto nulo, salvo la ejecución de la catarsis. Ni siquiera el hacerle saber a la clase política el hastío que sus acciones han ocasionado en la población: eso ya lo saben y no les quita el sueño. Si en verdad queremos socavar el poder de la clase política, debemos buscar acciones más efectivas y menos viscerales. El maestro Octavio Rodríguez Araujo, por ejemplo, propone que busquemos legislar la revocación del mandato de los políticos electos que no hagan bien el trabajo por el que les pagamos tan buenos sueldos. El plebiscito y el referéndum son instrumentos de los que estamos privados los mexicanos, cuando hasta “dictadores” como Hugo Chávez, tan criticados por la televisión mexicana, los tienen que enfrentar y obedecer.


Mejor aún, creo que los ciudadanos debemos abandonar la cultura del esclavo, dejar de delegar nuestra responsabilidad política y asumir en nuestro entorno inmediato las obligaciones y derechos que nos corresponden. Es tiempo de que dejemos de gritar “gol” frente al televisor y maldecir después cuando el árbitro lo anula. Es tiempo de que seamos nosotros los que juguemos y no solo observemos. Esto no quiere decir que abandonemos nuestros empleos (los que tienen) y se integren a la política de tiempo completo. Podemos empezar desde un contexto micro: en la cuadra, en la colonia, estudiando, leyendo. Lo importante es quitarles el poder absoluto que hoy gozan nuestros odiados políticos, y que probablemente se refrendará gracias al voto nulo.



[1] Artículos 32, fracción 3 y 277, fracción 1, inciso b del Código Federal de Procesos Electorales

[2] El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que luego se transformó en el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional y hoy cobra cuerpo como la tribu de los Chuchos al interior del PRD, fue formado por Luis Echeverría en los setentas para contrarrestar la fuerza del naciente Partido Mexicano de los Trabajadores, liderado por Heberto Castillo y Demterio Vallejo. Gracias al patrocinio del gobierno, rápidamente aprendió a manipular la necesidad de techo de los pobres.

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