En la izquierda mexicana, pasamos
del pedregoso camino de la unidad a la cómoda autopista de las alianzas. En los
setentas y ochentas lo complicado era sentar a dos grupos de izquierda, y que
llegaran a acuerdos en tiempos terrenales, sin que las descalificaciones lleVaran al rompimiento de la conversación.
Hoy tenemos grupos y partidos que,
al menos por su dicho y denominación, se ubican a la izquierda del espectro
político de nuestro país, y que no dudan en aliarse con sus enemigos
ideológicos de la derecha, para llevar al poder a personajes que apenas hace
unos meses militaban en el partido enemigo histórico de la izquierda: el PRI. Y
si la alianza no cuaja, entonces el partido de “izquierda” presenta como suyo a
un político que tuvo que salirse el partido al que tanto se combatió en el
pasado, por la sencilla razón que allí no le dieron la candidatura que el
partido de “izquierda” sí le ve a otorgar; aun a costa de sus propios
militantes, algunos de ellos con décadas de compromiso probado con las luchas
sociales.
El argumento es que un partido de
izquierda solo, difícilmente va a alcanzar el poder en las condiciones
actuales; o que si lo lograra, no tendría capacidad de defender su triunfo. Los
casos de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, y de López Obrador en 2006, parecen demostrarlo.
Siguiendo una lógica muy acomodaticia, se concluye que la única manera de
alcanzar el poder, a nivel local al menos, es con el apoyo de grupos ideológica
o históricamente opuestos a los movimientos populares. Estos grupos pueden
tener registro electoral, o pueden ser organizaciones asociadas
tradicionalmente al PRI, o bien grupos de poder que apoyan a políticos de este
partido, en relaciones de beneficio mutuo, no siempre aplaudibles.
Así, el PRD llevó a la
gubernatura de Guerrero al secretario de gobierno príista, que estaba en el
poder cuando la matanza de Aguas Blancas. Ahora, se lleva a la gubernatura de
Quintana Roo, a un exmilitante del PRI, que dejó de serlo porque no lo
nombraron candidato a gobernador en el partido en el que militó por tantos
años. En Veracruz, se lleva al poder a un miembro de la familia Yunes, que
hasta hace unos meses era parte del PRI. En ambos casos, es el PAN el que lleva
la mano y se cuelga las medallas y, es de suponerse, se quedará con la mayor
parte de las posiciones de poder en esos gabinetes estatales. Triste paradoja:
Quintana Roo lleva este nombre en honor de un gobernador socialista. Hoy el PRD
apoya al partido de derecha a llevar la ideología príista a gobernar este
estado.
Acostumbrados a la comodidad que
les preserva sus privilegios, estos modernos “izquierdistas” ya planean cómo
armar una alianza con el PAN para las elecciones del Estado de México en 2017 ¿Quién
será el candidato de esta alianza izquierda-derecha? ¿Algún perredista? ¿Un
panista renombrado? ¿O un príista del grupo de Eruviel Ávila? Dada la
experiencia de éstas y otras ya pasadas elecciones, es muy probable que ocurra
la última opción. A el grupo Atlacomulco
le toca su turno y querrá llevar a Del Mazo a alguien de su estructura a la
gubernatura. No faltarán los príistas que, una vez relegados por su propio
partido, reciban la oferta de candidatura por la “izquierda” moderna, aliada
con la derecha. Cualquier parecido con el momento que un grupo de mexicanos viajaron
a Europa para solicitar a Maximiliano que fuera emperador de México, no es
simple coincidencia. Es que la gente aprende de la historia lo que conviene a
sus intereses.
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