jueves, 29 de mayo de 2008

REPORTE DE VIAJE A OAXACA

La semana pasada tuve la fortuna de visitar la ciudad de Oaxaca por un asunto de la consultoría. Debido a nuestra ineluctable capacidad de descoordinación, no pudimos volar sino que llegamos a tan bella ciudad por autobús; eso sí, más cómodo que el avión. Tan mal quedó nuestro itinerario que teníamos que tomar el camión de regreso a la Ciudad de México al caer la tarde. Sumamos las seis horas y media de trayecto y me veo pasada la media noche buscando como llegar a mi pueblo. Así que preferí cambiar mi boleto para regresarme a la media noche de Oaxaca, dormitar en el autobús, y llegar a la otrora Ciudad de los Palacios con la luz del día. Además, este cambio me permitiría extender el alcance de mi viaje, pasando la tarde en el centro de Oaxaca.

Vaya que fue una decisión acertada: pude disfrutar una comida exquisita en "La Casa de la Abuela", mirando las plazas al amparo de sopa de guías, chapulines, mole negro, mezcal y café de olla. Después eché a andar por las plazas y el corredor turístico. En los pórtales estaba un plantón de la sección veintidós del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y algunos puestos de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca, de grupos en contra de la reforma petrolera de Calderón, y hasta del Partido Comunista de México (Marxista Leninista) que trasnochadamente lucía una bandera con la efigie de José Stalin. El ambiente era divertido, sin la hediondez mencionada por los medios y sí con la oportunidad de adquirir videos sobre los movimientos sociales del sur del país. Por supuesto que además visité el Museo de los Pintores Oaxaqueños, el de Culturas y el de Arte Contemporáneo y gocé el corredor turístico librando varios grupos bastante numerosos de turistas gringos y europeos.

Una vez que el calor me venció y los museos cerraron, me senté en un restaurante de los pórtales para disfrutar el anochecer húmedo y ardiente. La plaza parecía una verbena con los vendedores de discos piratas por un lado y los sindicalistas del magisterio por otro. Lo mismo escuchaba canciones de protesta, que cumbias y pasito duranguense. Una cerveza helada reconciliaba mi pobre condición física con el clima cuando empecé a ser abordado por niños y jovencitas ofreciendo artesanías; demasiado tarde, ya había ejercido el presupuesto correspondiente en los puestos del corredor turístico. A todo decía que no de manera casi automática; y digo casi porque con frecuencia me distraía con la belleza de una oaxaqueña o de una turista cruzando la plaza. Este comportamiento se colapsó cuando un niño al que le había rechazado su oferta de collares me preguntó si le regalaba uno de los cacahuates que el mesero me había puesto de botana para que me diera más sed. Se los dí todos en una servilleta y mientras se alejaban él y su hermanito comiéndolos con peligro de atragantarse, empecé a ver las cosas desde una perspectiva más sistémica. Vino a mi mente mi queja inicial porque en el hotel no tenían Internet inalámbrico en las habitaciones, porque no conseguí conectarme al ciberespacio en ningún café o restaurante, así como la gran cantidad de pintas y de carteles exigiendo la libertad de los presos políticos y denunciando la represión ejercida por los gobiernos federal y local hace dos años.

El regreso no fue tan reparador como había planeado, pues en el trayecto mi sueño fue interrumpido dos veces. En la primera se prendieron las luces interiores del autobús y abrí los ojos para encontrarme con un policía de migración que me buscaba rasgos guatemaltecos. De inmediato puse mi cerebro a trabajar para recordar el nombre del presidente municipal de mi pueblo; no fuera a terminar mi viaje en un centro de detención para indocumentados. La segunda vez fue un joven soldado quién me despertó para amablemente obligarme a abrir mi maleta y el estuche de la laptop; y de esta manera, comprobar que entre mis calcetines sucios no llevaba marihuana ni alguna otra droga alucinante.

Oaxaca: espero verte pronto.

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