martes, 6 de noviembre de 2007

Fox y las neuronas

FOX Y LAS NEURONAS

Hacía el final del sexenio infausto de Vicente Fox llegué a leer en un periódico serio una declaración en la que se afirmaba que algunas personas cercanas al presidente se preguntaban si acaso este pintoresco político hubiera sufrido algún problema neuronal. Fiel a mi idea de jamás subestimar y mucho menos considerar imbécil al enemigo, juzgué disparatada y más bien rencorosa la declaración.

Si bien demostró desde el principio ser un analfabeta funcional, le atribuí una inteligencia emocional alta y la habilidad de estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Pero conforme pasaban los días, Fox se esforzaba por demostrarme lo contrario y hoy ha llegado el extremo de mentir de manera por demás torpe en cuanto a su riqueza súbita e inexplicable (en un contexto legal), de insultar a periodistas extranjeros y hasta de pretender que se le llame presidente comparándose con figuras históricas como Benito Juárez. Ya no suena tan descabellado pensar que su inteligencia está muy, pero muy lejos de lo que esperábamos.

No me cuesta entender que millones de mexicanos hayan sido engañados por los medios de difusión masiva y, en un intento por sacar al PRI del gobierno hayan llevado al poder a un candidato cuyas mejores frases eran simplemente monosílabos. No soy el primero en decir que no ganó el PAN, sino que perdió el PRI. Quizás me hace un poco de ruido que en 2006 trece millones de compatriotas hayan ratificado a este partido en el poder, después del fracaso rotundo de Fox; pero nuevamente, se trató de unas elecciones eminentemente mediáticas y carentes de ideología.

El punto es ¿cómo es posible que los grupos de poder que efectivamente controlan el país hayan permitido a un individuo tan limitado llegar a la posición de presidente de la república? Me cuesta trabajo creer que los grandes empresarios, los políticos poderosos y hasta el gobierno de EE UU hayan elegido al menos afortunado en cuanto a inteligencia de los prospectos. Para poder ofrecer una hipótesis debemos dejar de lado la parte anecdótica y observar las cosas de una perspectiva más sistémica y son varios los hechos que debemos tomar en cuenta.

Primero. Durante el sexenio de un político que aún goza de poder, Carlos Salinas de Gortari, se hizo la modificación constitucional que permitía que un hijo de extranjero pudiera ser presidente de la república. En su momento, los medios desviaron la atención hacía un miembro del PRI que posteriormente fue perdiendo visibilidad política.

Segundo. Manuel Barlett ha afirmado que sí hubo un pacto para entregar el poder al PAN en el año 2000 y que dicho acuerdo fue llevado a cabo en el sexenio de Salinas de Gortari. Salinas provenía de una elección abiertamente fraudulenta y ya era notable el rechazo de la población a su partido político, el PRI. El grupo en el poder sabía que la situación no sería sostenible, no obstante el asesinato de cientos de opositores en ese sexenio. Tanto la derecha negociadora, el PAN, así como los grupos de centro escindidos del PRI y la izquierda moderada, agrupados en torno a Cuauhtémoc Cardenas, estaban en posibilidades de capitalizar el descontento popular y el descrédito del partido en el poder. Salinas tenía que negociar la alternancia con un grupo que asegurara la continuidad del modelo económico y social: el PAN. El acuerdo se selló cuando el candidato de la derecha, Diego Fernández de Ceballos, tiró a la basura su triunfo contundente en el debate televisivo durante las elecciones presidenciales de 1994 y le cedió el lugar al que sería el último candidato vencedor consecutivo del PRI, Ernesto Zedillo.

A Salinas se la ha calificado de maquiavélico y no sé hasta donde esto se válido, pero lo que sí es cierto es que no actúa fuera de una estrategia. La alternancia la pactó de tal forma que el candidato vencedor derechista no fuera un panista de gran inteligencia; así que eligió al menos peligroso, al más manipulable: un empresario poco exitoso que no pudo conservar su puesto en la empresa Coca-Cola, Vicente Fox Quezada.

Una broma recurrente entre grupos de amigos que se reúnen a conversar en una cantina es que frente la pregunta de quién va a pagar la cuenta, se ubica a uno de ellos que esté distraído y proponen: “que pague el más pendejo”. En cuanto se da cuenta la víctima, protesta de manera efusiva: “¿y yo por qué?”. Cualquier coincidencia con el contexto político mexicano no es casualidad, ya es parte de nuestra historia.

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