lunes, 2 de julio de 2007

Mano dura

Cuando inició el presente sexenio y Felipe Calderón buscó en la fuerza la legitimidad que no había logrado obtener de las elecciones, muchos de quienes lo apoyaban (y que seis años antes apoyaron a Vicente Fox) aplaudieron sus acciones con mensajes del tipo “éste sí tiene pantalones”, denostando de paso a su ídolo anterior que pasó, a los ojos de sus votantes, de azote de “tepocatas y víboras prietas” a ser un pusilánime, tibio y cobarde.

Por su parte, Calderón no pudo (o no le importó) demostrar a trece millones de ciudadanos que él ganó las elecciones. Recordemos el argumento vacío y repetido hasta la nausea de que López Obrador era un “peligro para México” y que en consecuencia cualquier acción, legal o ilegal, ética o no, era justificada para impedirle el acceso a la presidencia de la república. En perfecta consonancia con este sofisma, Felipe Calderón no cree que tenga que demostrar si ganó o no las elecciones; se logró conjurar el “peligro” y ahora se trata de justificar de facto su permanencia en el puesto. Así que emprendió la represión contra la APPO, amplió en la práctica el fuero castrense (gastritis en lugar de violaciones, antes de cualquier parte médico) y su poder sobre la ciudadanía, e inició una guerra perdida de antemano con el ejército del narcotráfico.

Si algo me maravilla de la sociedad mexicana es su capacidad de mirar las cosas grises de color morado; es decir de interpretar los hechos en sentidos diferentes a la evidencia. Quizás se consecuencia del fracaso educativo y manifieste que nunca aprendimos nada del método científico y otras herejías del mundo moderno. El caso es que un señor al que le debo más risas que corajes por sus chistes involuntarios, no tuvo el “valor” de reprimir a la APPO (aunque vale recordar que de todos los conflictos sociales que le tocaron, todos terminaron con tiros y defunciones).

Luego, resulta que un tipo menos cómico se puede considerar “con pantalones” (valiente, en nuestro español coloquial y machista) porque envía a otros a pelear mientras él se rodea de cientos de guardias armados. Porque la solución, según esta visión autoritaria compartida por gente repartida en todos los estratos sociales, es el golpe, la eliminación del contrario; aún a costa de la ley. No es extraño que para los funcionarios emanados del partido conservador esta posición les resulte sumamente atractiva. Y menos extraño si examinamos su escasa o nula preparación académica en política, historia, sociología y todas esas cosas que no vienen en los cursos de mercadotecnia.

Trataré de evitar las referencias a autores extranjeros; no sea que ahora que Echeverría fue exonerado de genocidio y de que Acosta Chaparro (acusado de más de doscientos asesinatos de militantes de izquierda) ha sido liberado, se me acuse de agente extranjero y hasta terrorista. Así que citaré a un autor mexicano y además príista: Jesús Reyes Heroles, padre. Después de que en simiescas estrategias Díaz Ordaz y Echeverría reprimieron de manera sangrienta las protestas sociales que se encontraron, el país estaba en llamas. De manera sorprendente para estos gorilas, a mayor número de golpes, de presos y de muertos, más fuerte y más radical era la protesta de la oposición. De un movimiento estudiantil pariente de los hippies, pacífico y fácilmente atendible en 1968, se había llegado a movimientos armados.

Reyes Heroles, aunque miembro prominente del PRI, sí había leído a autores extranjeros; entre ellos a uno muy peligroso, Hegel. De él aprendió la dialéctica y escribió una frase escueta que le serviría de guía: “El que resiste, apoya”. ¡Por eso cada vez que se reforzaba la represión, un movimiento era desarticulado acaso; pero surgían otros, algunos de ellos más radicales que el atacado! ¿Su solución? La Reforma Política de López Portillo.

Si bien la represión a los movimientos opositores no cesó, Reyes Heroles abrió algunos espacios para movimientos que preferían los mítines a los balazos. El número de movimientos armados se redujo más por los guerrilleros que se incorporaban a la vida política que por las acciones de Acosta Chaparro, jefe de la Brigada Blanca. La década de los ochentas, a pesar de la corrupción descarada del sexenio de López Portillo y de la debacle económica del de Miguel de la Madrid, no fue pródiga en guerrilla o movimientos radicales. Los pobres no volverían a usar las armas de manera amplia hasta el fin del sexenio de Salinas de Gortari, otro represor que tan solo del PRD asesinó a más de 300 militantes.

Y ahora, en el aniversario del primer intento represor contra la APPO, con sus líderes encarcelados y desterrados de su entidad federativa, con los líderes de Atenco condenados a más años que muchos narcotraficantes y homicidas, hay quien se extraña que de la APPO esté otra vez en Oaxaca, de que el EPR tome nuevos bríos. Se vale que el ciudadano común, que se gana su dinero en actividades diferentes a la política, se extrañe de la necedad de los oaxaqueños. Pero que quienes viven de la política no entiendan que la represión solo radicaliza es preocupante. O fingen y son tan hábiles que nos engañan; o lo ignoran y les importa un comino. Para mí, que es lo segundo.

1 comentario:

José Luis León Gómez dijo...

El día de ayer un comunicado atribuido al EPR reivindica las explosiones en instalaciones de PEMEX como atentados, contrario a lo informado previamente por el gobierno mexicano. Aparte de suspicacias (“sospechosismo”, decía un ignorante con aspiraciones presidenciales) acerca de la autenticidad del comunicado y del cambio de opinión de las autoridades acerca de las causas de los estallidos, hay un espacio de reflexión en torno a la actitud con que los “gobiernos del cambio” enfrentan los problemas sociales. Comenté en el blog “Mano Dura” que la represión y la omisión solo radicalizaban la protesta social. Si lo que manejan los medios es cierto, la realidad está haciendo una llamada de atención al gobierno panista.
En un país con tradición guerrillera (así se pelearon las revoluciones de Independencia y la de 1910), no es inteligente optar por la represión y esperar que las cosas mejoren. Particularmente cuando las acciones de represión son desproporcionadas o incluso fuera de la ley. Las violaciones y asesinatos en Atenco y Oaxaca sumadas a las desapariciones de integrantes del EPR no pueden detener la inconformidad, solo ayudan la polarizarla.