La última noche de ese viaje de 2005 fuimos
a cenar a un restaurante de pastas y pizzas. Como era nuestro último día en
Chicago, llegamos muy tarde por andar conociendo los sitios más emblemáticos de
la ciudad de los vientos. El restaurante estaba casi vacío y terminamos siendo la
única mesa ocupada justo antes del cierre. Mi colega, empleado del cliente, era
blanco y podía pasar por típico gringo, acaso con un modo de vestir diferente
que lo delataba como mexicano. Mi caso era más evidente: moreno, chino y con
una estatura por debajo de la media estadounidense. No había lugar para la
duda: éramos mexicanos. El dueño del lugar, como la mayor parte de los
restaurantes que visitamos, era extranjero; italiano en su caso. Resultaba que
en esta ciudad de negocios, casi todos éramos extranjeros en este restaurante; salvo
por el mozo que trapeaba el piso: un muchacho blanco, alto y que mostraba haber
hecho ejercicio. En pocas palabras, un típico galán de serie de televisión
norteamericana que hubiera capturado la atención de varias amigas mexicanas. No
hubiera reparado yo tanto en su apariencia, de no ser porque, a mitad de mi segunda
Guinness, y mientras recorría los adornos italianos del restaurante, tropecé
con una mirada plena de rencor. Como si yo tuviera la culpa de que, en ese
lugar, su patrón fuera italiano, y los clientes para quienes debía mantener
limpio el restaurante, mexicanos.
Me acordé de este evento durante el
vuelo de regreso, pues al ordenar los papeles para elaborar el informe,
encontré el directorio de la compañía de software a la que habíamos visitado:
el dueño era un doctor en sistemas de treinta y tantos años, indio (de la
India, no un indígena americano), y así la mayor parte de su área técnica, con
algunas excepciones provenientes de Europa y de Latinoamérica. Pocos ciudadanos
estadounidenses: el director de ventas, las secretarias y uno que otro empleado
administrativo. El 80% de esa empresa de tecnología de información se componía
de inmigrantes.
No era para extrañarse. Desde inicios de
los noventa, Edward Yourdon afirmaba que el desarrollo de software se iba a
realizar fuera de los Estados Unidos[1].Pero lo más relevante es
que, por razones que desconozco, los gringos no estudian más allá del high school; es decir, de la prepa. O quizás
no estudian carrera del área científica. Porque hay un déficit de profesionales
de estas áreas; particularmente a nivel de posgrado, que son quienes generan
las nuevas tecnologías. En consecuencia, las empresas de tecnologías emergentes
requieren de contratar talentos de otros países. La reciente orden ejecutiva
del nuevo presidente yanqui, conducida y apoyada por el mismo rencor que me
prodigó el mozo del restaurante en Chicago en 2005, no afecta solamente a los
inmigrantes, sino también a las empresas tecnológicas que, tan pronto pudieron,
protestaron contra esta tontería.
El pueblo norteamericano, a través de un
bizarro sistema de democracia indirecta, ha elegido a este narcisista[2] como presidente. Esperamos
que hagan algo y que no los dañe más. Pero nosotros, los mexicanos ¿qué podemos
hacer, además de llevarles mariachis a los deportados? ¿Podremos aprovechar la
oportunidad que se nos ofrece? Porque la medida de Trump pone en riesgo las
estrategias de las empresas tecnológicas norteamericanas. Son empresas que
compiten a una velocidad muy alta. No pueden esperar a que Trump o la clase política
de ese país recuperen la cordura.
México puede aprovechar esta oportunidad
al brindar un espacio para el desarrollo tecnológico de empresas de tecnologías
emergentes: mexicanas, de otros países; incluso, estadounidenses. Implica, por
supuesto, una decisión firme y una estrategia integral. Con Salinas de Gortari
perdimos la oportunidad que se dio en los noventas, según señalaba el citado (Yourdon, 1992) . ¿Vamos a permitir
que se desperdicie también ésta? Si Peña Nieto, con su reiterada actitud de
sumisión ante Trump, no toma esta decisión, ¿vamos a permitir que tire nuevamente
una oportunidad para la industria de TI mexicana? ¿Le daremos el poder
nuevamente a su partido en 2018?
La oportunidad toca pocas veces a la
puerta. En el caso de la tecnología de información, ya lo ha hecho dos veces:
en los noventa y a principios de la década pasada. La primera fue desperdiciada
por el PRI y la segunda paso inadvertida para el panista Fox[3]. No quedan muchas.
Referencias
Datz, T. (15 de julio de 2004). Global Guide -
Outsourcing World Tour 2004. (I. CXO Media, Ed.) Recuperado el 20 de febrero de 2017, de
CIO:
http://www.cio.com/article/2442460/outsourcing/global-guide----outsourcing-world-tour-2004.html
Hosie, R. (31 de enero
de 2017). 'Malignant narcisissm': Donald Trump displays classic
traits of mental illness, claim psychologists. Recuperado el 20 de febrero de
2017, de Independent:
http://www.independent.co.uk/life-style/health-and-families/donald-trump-mental-illness-narcisissm-us-president-psychologists-inauguration-crowd-size-paranoia-a7552661.html
Yourdon, E.
(1992). Decline and fall of the American Programmer. Yourdon Press.
[1] “According to Edward Yourdon,
software development may soon move out of the U.S. into software factories in a
dozen countries”, (Yourdon, 1992) , contraportada.
[3] ” Another trend is U.S.
companies balancing their offshore risk by going to neighbors like Canada and
Mexico ... Mexico continues to offer an attractive cost structure. Both have
geographic proximity going for them in the race for U.S. outsourcing contracts.”
(Datz, 2004)
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