martes, 5 de agosto de 2008

Aumento de tarifas a los colectivos de pasajeros en el Estado de México

En un blog anterior recomendábamos a los visitantes de la zona de Coacalco conducir camionetas colectivas para evitar ser molestados por los policías. Aunque ciertamente se trataba de un sarcasmo, no está exento de verdad. Porque cualquiera puede observar la enorme cantidad de colectivos que circulan en la periferia de la Ciudad de México sin placas, con chóferes sin licencia, en condiciones de insalubridad y de peligro para los pasajeros, y con trato por demás déspota hacía sus clientes cautivos, los pasajeros.

La noticia es que estos sufridos cafres y sus inescrupulosos patrones, contribuyentes incansables al deterioro ambiental del Valle de México, anuncian en los vidrios de sus vehiculos[1] que la tarifa mínima será de 7 Pesos, “próximamente”. El incremento puede sonar desproporcionado para los mexiquenses (sí , los que eligieron al más guapo), que actualmente pagan 4.50 como mínimo, y abismal para los vecinos de Chilanotitlán que pagan una tarifa base de 2.50 por el mismo servicio. Sin embargo, soy ave de mal presagio, es seguro que les aprobarán un aumento sustancial. No el 75% que hoy anuncian, pero sí algo cercano, por lo que la tarifa rondará los 6 Pesos.

¿Por qué es tanta la diferencia del pasaje mínimo entre el Estado de México y el Distrito Federal? ¿Tienen acaso otro precio las gasolinas? O ¿la presión atmosférica tan diferenciada causa un consumo mayor de combustible? O será que ¿los concesionarios y chóferes de estos vehículos gozan de un trato preferencial por parte del gobierno estatal?

Aventuro la última posibilidad porque además de tarifas tan altas, estos transportistas gozan de otros privilegios. Ya comenté que tienen libertad para circular sin placas ni seguro, y que sus conductores están exentos de la licencia de manejo correspondiente y del cumplimiento de leyes y reglamentos obligatorios para el resto de los mexiquenses. No solo pueden ignorar los semáforos y otras reglas de tránsito. Pueden portar armas contundentes como bates de beisbol, blancas como desarmadores y picahielos y en algunos casos, de fuego; también pueden beber cerveza y fumar marihuana en sus terminales que ellos de manera contumaz llaman “bases”, como si fueran pilotos aviadores o astronautas. Incluso pueden bloquear la circulación de las principales vías de acceso a la Ciudad, ocasionando un caos mayúsculo a cientos de miles de personas, y extorsionar a sus compañeros que no los sigan; en tanto que el procurador estatal los disculpará diciendo que nadie levantó una denuncia o que había un carril libre de los cinco y entonces no hay delito que perseguir.

Y ya en un plan menos aventurero, hay que decir que semejantes favores no son gratuitos. Las agrupaciones de transportistas se merecen este trato por méritos propios. Han servido a la patria de manera consistente, siempre apoyando al PRI. Lo menos, transportando acarreados a los mítines del otrora invencible Partido Revolucionario Institucional; más dedicados, cuando llevaban de un lado a otro a votantes compulsivos que querían votar una y otra vez, el mismo día, así fuera en distintas casillas[2], pero en todas las ocasiones por el mismo partido. Y ya de plano, comprometidos, como grupos de choque contra rivales políticos y organizaciones populares.

Un sutil ejemplo. En 1997, Cuauhtémoc Cardenas, del PRD, ganó de manera irrebatible la jefatura de gobierno del D.F. A unos días de haber tomado el poder, los transportistas mexiquenses declararon su inconformidad con algún funcionario del gobierno del Estado de México con oficinas en Toluca. Y que mejor manera de manifestar tal inconformidad que, en lugar de importunarlo en Toluca, molestar al vecino recién llegado. Así que bloquearon todos los accesos a la Ciudad de México. No me imagino el pesar de los funcionarios toluqueños. ¿Absurdo? Por aquellos años, aún vivía Hank González, corrupto y cínico[3] político, miembro prominente del grupo más conservador del PRI, el grupo Atlacomulco. En sus años no tan mozos este ahorrativo profesor rural había sido líder de los transportistas mexiquenses y en 1997 se enfrentaba a algo que su formación no le dejaba soportar, el triunfo avasallante de la oposición. Sabía que les urnas no lo son todo y para él la política era una lucha de grupos de poderes. Así que envío a sus huestes a estrangular la Ciudad de México para demostrarle a Cardenas quienes era él y su grupo.

Peña Nieto, actual gobernador del Estado de México, también proviene del Grupo Atlacomulco y se ha valido de gentes como los transportistas para llegar al poder. Tiene deudas con ellos y le son útiles. Por supuesto que les va a autorizar un aumento sustancial; quizás menor a lo que alardean las camionetas colectivas, para que los locutores digan (y el pueblo repita) “”Ah, menos mal!, gracias a la intervención de Peña Nieto”

Hay otro punto preocupante, la impunidad concedida a estos grupos. El gobierno local les ha permitido ejecutar delitos abiertamente sin ser perseguidos; desde las faltas de tránsito hasta los bloqueos y el consumo de drogas en las terminales. Si hablamos con los chóferes, ya no se ven entre ellos como compañeros de trabajo, sino como miembros de la “banda”, de un grupo que “es la ley” porque hacen lo que les viene en gana sin consecuencia alguna. Para eso son muchos y, si se hace falta, hay apoyo de allá arriba. Este cambio en su propia percepción los llevará más lejos. No olvidemos que muchos de los feminicidios de Ciudad Juárez fueron perpetrados por los “ruteros”, los chóferes colectivos de allá, quienes también empezaron por sentirse más miembros de pandillas que compañeros de trabajo.

Dudo seriamente que esto le preocupe a quienes los patrocinan, permitiéndoles la violación constante de leyes y reglamentos y que “próximamente” (como dicen las cami0netas) los premiaran con un aumento de tarifa. Para esos altos funcionarios estatales con ambiciones federales las agrupaciones de transportistas son peones que hay que mantener con vida para cuando haga falta. Mientras, las víctimas de su manera de manejar, de su agresividad y de su violencia ni siquiera cuentan para nuestro guapo aspirante a la presidencia o para sus colaboradores.



[1] Los que traen vidrios. Solidarios, aquellos que a consecuencia de un choque o de un pleito han perdido cristales y ahora los sustituyen con hules y cinta canela, también anotan el anuncio, sobre el plástico.

[2] A estas técnicas se las llama “Ratón Loco”, o bien “Operación Carrusel”. Son una aportación del PRI a la historia de la democracia mexicana, pero a últimas fechas, han sido utilizadas sin pago de regalías por el partidos “de oposición”.

[3] Hank González, profesor rural, acumuló una fortuna suficiente para que sus hijos sean dueños de bancos, galgódromos y zoológicos. Acuñó la frase “un político pobre es un pobre político”

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