miércoles, 12 de diciembre de 2007

LOMBARDO

El cinco de diciembre de este 2007 agonizante asistí a la presentación del libro “Lombardo” escrito por Rosalío Hernández Beltrán, asesor sindical desde los tiempos del Partido Mexicano de los Trabajadores. Tuve el privilegio de leer el libro meses antes de su publicación, pues generoso y abierto, Rosalío tuvo a bien facilitarnos el borrador.

“Lombardo” es el primero de una trilogía de novelas históricas que Rosalío Hernández ha escrito sobre los personajes claves que en el siglo pasado dibujaron una actividad que a él le apasiona: el sindicalismo. Pronto veremos impresas las biografías noveladas del luchador comunista Valentín Campa, y del infausto Fidel Velazquez. Cabe mencionar que el que esto escribe tuvo el privilegio de leer un borrador en el que las tres biografías están entreveradas; es decir, grupos de tres capítulos cercanos en el tiempo, un capítulo para cada biografía. Si he de ser sincero, hubiera preferido ver impreso un librote con este formato, pues nos permitiría ir comparando sus posiciones y acciones ante los mismos eventos históricos. Es impactante (y pido perdón a Rosalío por adelantar contenidos de los otros dos libros de esta trilogía) ver como inician las vidas políticas de cada una de estas figuras del siglo veinte mexicano: Vicente Lombardo Toledano, uno de los llamados “siete sabios”, recibiendo un reconocimiento del presidente de la república; Fidel Velázquez huyendo de la hacienda de la que su padre era administrador, ante el ataque de los zapatistas; y Valentín Campa participando, junto a la turba de marginados, en los hambrientos saqueos que siguieron a la victoria villista en Torreón. Sin embargo, la decisión está tomada y ya se ha publicado la primera biografía; esperemos a que salgan las dos restantes y los invito a que las lean de manera simultánea, capítulo a capítulo.

Durante la presentación del libro, el Dr. Trueba, uno de los panelistas, disertó acerca de la aparente inutilidad de la novela histórica y concluyó que este tipo de género llena esas lagunas a las que no puede llegar el historiador por falta de información documental. Está en lo cierto, aunque no deja de darle un poco de razón a los detractores cuando afirman que la novela histórica es un ejercicio de imaginación y no necesariamente la verdad histórica. De conversaciones con Rosalío, creo que él ve la novela histórica como una herramienta para llevar de manera amena a los lectores hechos y procesos históricos que rara vez se enseñan en las escuelas y cuando son vistos, rara vez lo son con imparcialidad, profundidad y objetividad, y sí con mucho tedio y aburrimiento. La novela histórica sirve a la vez como un medio de difusión de una verdad ocultada por el poder y como una vía agradable para llegar al conocimiento de la historia.

Claro que hay supuestos y escenas en las novelas históricas que nadie puede constatar si ocurrieron del modo en que están siendo narrados; pero eso es un privilegio de la literatura, y mientras no se tergiversen los hechos históricos es válido y valioso. Particularmente valioso cuando la literatura se va a su materia y busca en esos personajes históricos la dimensión humana que la historia oficial y el antagonismo ideológico diluyen con frecuencia y gran eficacia.

Por ejemplo, sea el caso de Fidel Velázquez. Un personaje al que mi inmadurez política me hacía ver en mi adolescencia como una suerte de todo malo, insensible y carente de toda emoción humana. La lectura de su biografía por Rosalío nos lo muestra de carne, hueso y abstracción; bien lejos de ser un santo, pero tampoco el monigote robotizado. Por lo que toca a Lombardo, Rosalío le dedica un nivel de relato en ocasiones visible y las más de las veces encubierto, a sus dudas, arrepentimientos, amores, ilusiones y a su búsqueda de confort y de seguridad tanto en el ámbito cotidiano como en el político. Además de contarnos de manera muy fluida la vida de Lombardo, Rosalío nos lo muestra también como un humano. Nuevamente, ni el santón que vendían sus seguidores, ni el colaboracionista compulsivo que veían sus enemigos. Tan solo un ser humano explicable y, por lo tanto, criticable. Y esa es una de las funciones más importantes de la novela histórica: desnudar a los próceres y a los villanos, para verlos como simples mortales; y como complejos seres humanos. Por supuesto que esto reclama investigación, objetividad y hacer a un lado los cómodos prejuicios ideológicos. Rosalío Hernández Beltrán cumple a cabalidad con esta función en el caso de “Lombardo” y, se los adelanto, también en las siguientes novelas de esta trilogía.

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