Ayer Viernes un individuo, aparentemente perturbado de sus facultades mentales, mató en una concurrida estación del metro de la Ciudad de México a dos personas y con mucha probabilidad hirió a cinco más. La noticia corrió mutando con la misma velocidad con que se desplazaba tanto entre los medios de difusión como entre la población. El hecho de que el servicio de transporte colectivo estuviera colapsado en una hora pico de Viernes facilitaba que la noticia se moviera con rapidez.
Al principio se habló únicamente de una balacera y muchos ciudadanos pensamos de inmediato en narcotraficantes pues a últimas fechas estamos muy acostumbrados a los enfrentamientos entre grupos de delincuentes y entre estos y el ejército y la policía, o entre diferentes cuerpos de seguridad del gobierno (creo que hay muchos pleonasmos en este párrafo). En medio del estacionamiento en que a esas horas se convierte la Avenida Insurgentes, escuche a los locutores hablar primero de un terrorista o de un fanático religioso que realizaba pintas en un vagón del metro y que al verse en peligro de ser aprehendido disparó un revólver y mató a dos personas, un policía auxiliar y un pasajero. Después se informó de una conferencia de prensa del gobierno de la ciudad en el que aclaraba que se trataba de un asalto que se salió de control y terminó en esa tragedia; que el agresor intentó robar al civil y que ante su resistencia le disparó, primero a él y después a un policía desarmado.
Sin embargo, el sitio web del periódico Reforma muestra aún hoy Sábado un video en el que es claro que la primera agresión es contra el policía y la segunda contra un civil que inexplicablemente trata de contenerlo sin armas. Es evidente que la versión oficial no corresponde a esta evidencia, a menos en orden temporal.
A casi veinticuatro horas del suceso no sabemos si el homicida es un terrorista, un fanático religioso (tan a tono con el aerosecuestrador de hace unas semanas) o un desalmado ladrón. Lo que sí sabemos es que los policías del metro van a portar armas de ahora en adelante. No sabemos el porqué de las muertes, pero sí sabemos quién será el beneficiario.
Si, los policías auxiliares del metro podrían portar armas de fuego, los mismos policías que de vez en cuando golpean a un pasajero porque se saltó el torniquete sin boleto, los mismos que les quitan sus botes a los activistas campesinos o estudiantiles que con el “boteo” financian sus actividades políticas; los mismos que, por algún hechizo, no pueden ver al ejército de “vagoneros” que con amplificadores portátiles destrozan los oídos de los pasajeros para vender discos piratas; los mismos que se alían con bandas como “Las Gordas” para extorsionar pasajeros por supuestas agresiones sexuales a mujeres policías vestidas de civil.
Sí, a esos policías les van a permitir portar armas dentro de los atestados vagones y ándenes del metro. Imaginemos la escena del Viernes con un policía armado y con la excelente preparación que reciben los policías auxiliares: ¿accionaría su arma en medio del anden repleto de personas? Muy probablemente.
A la desconfianza creada por la cantidad de versiones del hecho que los medios y el gobierno difundieron de manera desconcertante, se agrega el hecho de que no sepamos hoy el porqué de la agresión y la inexplicable reacción de un civil que, sin arma, intenta someter al agresor de frente al cañón de su pistola. La acción ha sido calificada por los medios como “heroica”; pero, con todo el respeto que se merecen sus deudos y el mismo ciudadano hoy ausente, no hay una explicación que haga sentido para este modo de actuar. El trabajador intentó someter al agresor de frente, sin sorpresa, sin arma y, hasta donde se ve en el video publicado por Reforma, sin el entrenamiento apropiado. Según las notas periodísticas, se trataba de un trabajador de la construcción, padre de cinco hijos. Su muerte merece una explicación más lógica que hasta ahora no hemos escuchado.
Hace unas semanas regresaba de Monterrey y a quién me precedía en la fila para la revisión del equipaje en el aeropuerto le impidieron llevar un par de refrescos en lata, ni en la cabina, ni en el equipaje documentado. Habían pasado apenas unos días del pretendido “aerosecuestro” que contó la atención de todos los medios y del mismo Secretario de Seguridad Pública del país y ya se estaban violando los derechos de un pasajero. No obstante, a la fecha, no se nos ha informado claramente el porqué del intento de aerosecuestro.
Ayer, nos enteramos en medio de informaciones contradictorias e ilógicas un hombre mató a dos personas y de inmediato el gobierno decide que los policías bancarios del metro pueden portar armas antes de saber el motivo de la agresión.
No hay motivos, pero si ganadores. Tanto el frustrado secuestro del avión como los homicidios del día de ayer son hechos muy extraños para que sigan siendo misterios.